«Uno de los aspectos de esta cuarta revolución industrial es que no cambiará lo que estamos haciendo, nos cambiará a nosotros»
Klaus Schwabb, fundador y presidente del Foro Económico Mundial (WEF), que acaba de publicar The Four Insdustrial Revolution, seguido de otra obra – en plena pandemia de Covid19, The Great Reset – en la cual llama a aprovechar la crisis sanitaria para acelerar el nacimiento de la «economía 4.0»
Si aceptamos la calificación de «revolución» para designar las transformaciones de la economía capitalista en el curso de su historia, es por supuesto en el sentido de que ciertas transformaciones han implicado una importante alteración en las relaciones de producción, las relaciones sociales, las jerarquías sociales, los hábitos y las costumbres. Pero el término sería engañoso si también lo entendiéramos como un «cambio de rumbo» radical y profundo. De hecho, desde la introducción del agua y el vapor para mecanizar la producción sustituyendo parte del trabajo manual por máquinas, hasta la extracción de uranio para su uso en las centrales nucleares que alimentan el complejo de producción, no ha habido ninguna «revolución» nien la orientación ni en la lógica subyacente. Sigue siendo una cuestión de acumular beneficios, y para acumular, la economía debe crecer continuamente. Sin crecimiento, los márgenes para reinvertir y rentabilizar los beneficios son demasiado pequeños. Así que lo que llamamos progreso moderno cumple dos requisitos fundamentales: aumentar la dominación y la acumulación. Los dos aspectos –a menudo falsamente enfrentados en las figuras del «estado regulador» y del «libre mercado»– siempre han avanzado juntos. La apertura de nuevos mercados, la mercantilización de ciertos sectores, la extracción de recursos, la construcción y el mantenimiento de la infraestructura necesaria para la producción, todo ello no habría sido posible sin el crecimiento del poder estatal, y al revés, este crecimiento no hubiera sido posible sin el aporte de créditos, productos, armas y tecnologías por parte de los complejos industriales capitalistas. Los aburridos debates sobre los tipos del impuesto de sociedades, los costes salariales y la competitividad que parecen enfrentar al Estado con el mercado son básicamente pura palabrería: el «libre mercado» nunca existió y el Estado ha desempeñado un papel importante, si no indispensable, en el crecimiento de los grandes complejos económicos. Por poner un ejemplo reciente: los mercados financieros mundiales, base del sistema monetario mundial y que a menudo son presentados como el reino del capitalismo más auténtico, es decir, el menos restringido por regulaciones, simplemente no pueden existir sin los Estados. El «rescate» llevado a cabo tras el colapso financiero de 2008 es revelador a este respecto, y no puede sino asombrar a quienes creen en esa fábula tan interesada del Estado frente al capital.
El proyecto de digitalización total de la sociedad continúa, en los países tecnológicamente más avanzados, a ritmos cada vez más frenéticos, y el 5G promete ser un avance crucial.
Por 5G se entiende el internet de «quinta generación», caracterizado por una velocidad y potencia de transmisión de datos que puede llegar a ser 100 veces superior al modelo precedente.
Si el 5G ya funciona en algunos países como Suiza, Estados Unidos, Corea del Sur y Gran Bretaña, en Italia desde el 2018 se ha empezado a experimentar con él en las ciudades italianas gracias a la instalación de nuevas antenas, de las que ya están previstas millares. Hoy Italia se coloca en segunda posición en Europa, después de Suiza, en cuanto a la difusión de esta red de nueva generación. El termino experimentación, utilizado particularmente por sus promotores, es muy acertado: el 5G es una verdadera experimentación a cielo abierto de la que todxs somos las cobayas. Ya se conocen los efectos cancerígenos de las ondas electromagnéticas de los teléfonos móviles y de los repetidores que permiten su funcionamiento, y sin embargo los capitalistas y los gobiernos no tienen escrúpulos para dejarlas entrar en las contaminadísimas ciudades, donde vive la mayoría de la población, además dentro de poco tiempo también llevarán al campo esta enésima nocividad que (no lo dudamos) será la causa directa de nuevas patologías o se sumará a la ya inextricable red de las factores que contribuyen a provocar tumores, enfermedades neurodegenerativas etc.; hasta el punto que el 5G utilizará radiofrecuancias 10 veces más potentes que las actuales, a las que ya estamos expuestxs (llegando hasta los 61 V/m).
Los motivos por los que oponerse a la red 5G son muchos, a menudo relegados a un segundo plano debido a la preocupación predominante (y absolutamente legítima) de una tecnología de máxima nocividad, que invadirá cuerpos y espacios con graves consecuencias desde el punto de vista de la salud y la contaminación ambiental. Cuando hablamos de 5G, no podemos tener en mente un simple avance sobre la red actual de 4G y por lo tanto una forma de navegar más rápido. Cuando hablamos de la red 5G ni siquiera podemos verla «sólo» como otra nocividad más, oponiéndonos exclusivamente en términos de seguridad para la salud de los individuos y la protección del medio ambiente. La red de 5G es sobre todo una infraestructura necesaria para los diversos actores en ese campo. Necesario para los patrones, para aumentar sus beneficios a costa de los trabajadores; necesario para los Estados: por un lado para aumentar el control social dentro de las fronteras nacionales, por otro para orquestar mejor las operaciones militares en los diversos frentes de guerra.
Veamos estos aspectos…
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“Criticar la tecnología (…) significa componer el cuadro general, mirarla no como un simple conjunto de máquinas, sino antes como una relación social, como sistema; significa comprender que un instrumento tecnológico refleja la sociedad que lo ha producido y que su introducción modifica las relaciones entre los individuos. Criticar la tecnología significa rechazar la subordinación de cada actividad humana a los tiempos de la ganancia”.