Muchos compañeros se quedan perplejos ante una prospectiva basada en la necesidad de destruir completamente la tecnología y se niegan racionalmente a aceptarla, considerando más razonable y realista plantearse sólo el problema de la destrucción de las llamadas tecnologías duras, más conocidas como producciones de muerte (energía nuclear, armas de todo tipo, amianto, etc.) y, en cambio, preservar todas las demás que se consideran blandas (electrónica, microelectrónica, informática, etc.), ya que las consideran socialmente útiles y, por tanto, piensan que pueden hacer un uso revolucionario de ellas en el futuro. Como si estas últimas, a diferencia de las primeras, pudieran desvincularse completamente de la lógica del poder que las produjo y desarrolló.
Estos compañeros adoptan así, frente a la ciencia, la clásica actitud positivista de la Ilustración, basada en la supuesta neutralidad de los instrumentos producidos por el conocimiento tecno-científico, por lo que solo critican el mal uso social que el poder hace de estas tecnologías, que son utilizadas únicamente con fines de dominación total sobre la sociedad.
Nosotros, sin embargo, pensamos que los instrumentos creados por el poder, mas allá de los aparentes beneficios que a veces puedan aportar a la sociedad, pueden obedecer únicamente a la lógica que los creó, y por tanto. ser totalmente útiles para la consecución de sus fines, independientemente de quién los utilice.