Muchos compañeros se quedan perplejos ante una prospectiva basada en la necesidad de destruir completamente la tecnología y se niegan racionalmente a aceptarla, considerando más razonable y realista plantearse sólo el problema de la destrucción de las llamadas tecnologías duras, más conocidas como producciones de muerte (energía nuclear, armas de todo tipo, amianto, etc.) y, en cambio, preservar todas las demás que se consideran blandas (electrónica, microelectrónica, informática, etc.), ya que las consideran socialmente útiles y, por tanto, piensan que pueden hacer un uso revolucionario de ellas en el futuro. Como si estas últimas, a diferencia de las primeras, pudieran desvincularse completamente de la lógica del poder que las produjo y desarrolló.
Estos compañeros adoptan así, frente a la ciencia, la clásica actitud positivista de la Ilustración, basada en la supuesta neutralidad de los instrumentos producidos por el conocimiento tecno-científico, por lo que solo critican el mal uso social que el poder hace de estas tecnologías, que son utilizadas únicamente con fines de dominación total sobre la sociedad.
Nosotros, sin embargo, pensamos que los instrumentos creados por el poder, mas allá de los aparentes beneficios que a veces puedan aportar a la sociedad, pueden obedecer únicamente a la lógica que los creó, y por tanto. ser totalmente útiles para la consecución de sus fines, independientemente de quién los utilice.
Estamos en contra de los que siempre tratan de justificar todo diciendo que detrás de cada cosa que produce este sistema de muerte, hay un remanente de bien que merece ser salvado de la destrucción. Además, creemos que frente a la avalancha de certezas y lugares comunes que circulan, es útil plantear dudas. En las cuestiones que abordamos tratamos de tener una visión de conjunto que deje espacio a una indeterminación crítica. Al hacerlo, asumimos ciertos riesgos, ya que nos exponemos a severas críticas si cometemos errores. En efecto, quien se sitúa en una dirección diferente a la adoptada habitualmente suele ser considerado un delincuente, un provocador o, en el mejor de los casos, un irresponsable, con lo que se arriesga al linchamiento por parte de los buenos pensadores dóciles que obstaculizan nuestro movimiento. Estos no dejan de advertir a los compañeros con los que entramos en contacto. Así que hay un cierto terrorismo intelectual, creado no solo por los que gobiernan, sino también por los que son víctimas de sus prejuicios y sus fantasías personales, cuando en realidad deberíamos liberarnos de la dominación con hechos concretos y no con palabras.
Los que señalan la innegable necesidad de la tecnología actual son los patrones, los gobernantes y las masas de secuaces. Todos ellos tienen, sin duda, buenas razones para hacerlo. Los compañeros, por su parte, tendrían que tener igualmente buenas razones para desconfiar de tales indicios. Lo trágico es que a menudo asistimos a una notable convergencia de opiniones entre el poder y quienes lo combaten.
El conjunto de tecnologías básicas que se aplica hoy en todos los ámbitos de la vida social procede de la investigación militar. Su uso civil obedece a esta lógica mucho más de lo que podemos apreciar a primera vista. De hecho, lo único que hemos conseguido destacar ha sido la puesta en práctica de un proyecto autoritario jerárquico preciso y científico en el modo de organización, mientras que habría sido más importante comprender los mecanismos inconscientes que permiten al poder, a nivel de masas, superar el rechazo inicial inmediato que generan en la gente para acabar ganando un apoyo rotundo.
Pocos se oponen al dominio cibernético, de hecho la tendencia general es aceptarlo sin más. Esto conduce a considerarlo indispensable y, por tanto, socialmente útil.
Quien señala las razones para una destrucción total de los aparatos tecnológicos producidos por el capital es considerado un irresponsable que quiere que la civilización regrese a la Edad de Piedra.
Pero si pensamos en ello, nos damos cuenta de lo infundado de estas afirmaciones, benefician a quienes defienden las lógicas de la dominación. De hecho, la tecnología actual es el resultado práctico de una forma de conocimiento que maduró en el curso del desarrollo industrial de los procesos de producción del capital. No está formada por un conjunto de prácticas aplicadas de forma neutral a la estructura de la sociedad, porque lo que la motiva es, en última instancia, la impotencia de quienes sustentan el desarrollo de la sociedad. La preocupación por preservar unas tecnologías sobre otras se convierte en una forma clara de impedir el proceso hacia la destrucción total de todo el orden productivo de dominación. Además, nos hace poner límites a nuestra acción revolucionaria desde el punto de partida, así como mantener una relación social turbia con las estructuras de dominación.
Aquellos que, aunque se proclamen revolucionarios, defienden la necesidad de preservar una parte de la tecnología producida por el capital, no ven, entonces, que están echando una mano a los reformistas declarados, los cuales, de forma mucho más coherente, defienden una transformación constante de todos los organismos de poder para que el sistema se muestre siempre funcional y fiel a las nuevas exigencias de la dominación y a los cambios de la sociedad.
Nuestro proyecto radical y total de destrucción de la tecnología tendrá que inscribirse, sin duda, en el proceso revolucionario, pero expresa ya el hecho positivo de no poner ningún límite a priori al curso de este proceso revolucionario, ni hipotecarlo dentro de nuestros limitados conocimientos actuales.
De este modo, queremos evitar caer en el prejuicio de que, para resolver los problemas de una revolución social contemporánea, basta con hacer uso del bagaje de conocimientos actualmente adquiridos. Nos oponemos a quienes expresan una certeza tan tranquilizadora mientras consideran que el conocimiento actual es definitivo.
Tal y como están las cosas hoy en día, los llamados científicos que estudian la inteligencia artificial o, más en general, la aplicación de las tecnologías actuales a otros campos del conocimiento, son en realidad trabajadores de la ciencia. Tienen un altísimo nivel de especialización en un determinado campo científico, pero la mayoría de ellos no tiene ni idea de lo que ocurre en los demás sectores de la investigación, y mucho menos de la realidad social que a menudo les pasa por alto mientras viven en el clima aséptico y acolchado de sus laboratorios.
No debemos olvidar que los procesos de pensamiento de estos trabajadores de la ciencia son muy similares a las máquinas que diseñan, dado que aplican la lógica binaria y son esencialmente incapaces de pensar fuera de este esquema. No son razonamientos creativos, no pueden aportar ningún desarrollo del pensamiento en ningún ámbito del conocimiento. Es nuestra ignorancia la que nos hace pensar que son mentes maestras. Un punto en el que habría que profundizar para que seamos conscientes de que forman la nueva clase media producida por la revolución tecnológica.
Nuestra insistencia en el rechazo cognitivo de todo el bagaje tecnológico es una forma concreta de afrontar el problema de obstaculizar del desarrollo productivo del capital.
Nuestra búsqueda de un cambio social radical nos hizo reflexionar sobre el hecho de que el hombre, también en el ámbito científico, realizó los mayores descubrimientos precisamente en el momento en que el principio de autoridad de la sociedad existente se mostró ausente o vacilante a todos los niveles, ha ocurrido a principios de este siglo [XX]. No se puede ser revolucionario sólo en relación con una determinada estructura social que no se acepta, se debe ser revolucionario en todos los ámbitos, incluido el científico, ya que la tarea que se quiere cumplir es la de la destrucción radical del orden dominante, que tiene sus raíces en todas partes y, en consecuencia, debe ser atacado en todas partes.
La única actitud que se puede adoptar frente a los dueños de la ciencia es mirar hacia adelante y ver lo que esconden detrás de las cosas más inofensivas y humanitarias que presentan de vez en cuando al gran público de no expertos que se limita a escuchar con asombro.
Esto, en nuestra opinión, es de gran importancia, porque en su mayor parte estamos acostumbrados a percibir solo las cosas más aparentes y superficiales que nos rodean. Los patrones, los gobernantes y sus secuaces se encargan de hacernos ver ciertas cosas, lo justo para captar nuestra curiosidad natural, tentándonos así a mirar todas las cosas que en realidad no tienen ninguna importancia concreta. Así pasamos por alto las cosas más importantes, que en nuestra ignorancia, en nuestra piel, finalmente se hacen realidad.
No debemos subestimar la inteligencia del enemigo, de lo contrario acabaremos enfrentándonos a amargas decepciones, como ocurrió en un pasado no tan lejano. El objetivo de los gobernantes es utilizar todos los medios que ofrecen los conocimientos científicos actuales, ciertamente no para erradicar o aliviar los sufrimientos de la humanidad, sino para que ésta siga sometida a las actuales relaciones de dominación, que de vez en cuando se modifican un poco. El capital y el Estado se ven obligados a este cambio constante precisamente por las luchas que los proletarios mantienen diariamente contra ellos. Sin embargo, a pesar de los grandes recursos que se gastan en este ataque contra los proletarios cada día, el asunto se vuelve más y más difícil y problemático, porque en el fondo basta poco por parte de los que se rebelan para mandar al garete todos los proyectos de una gestión indolora del domino.
Los revolucionarios aprovechan esta ventaja apenas perceptible para atacar al capital y al Estado, una vez que expresan la intención de querer destruirlos radicalmente, sobre las bases de una lucha social global que, por su propia naturaleza, no reconoce límites y no aspira ni está dispuesta a conceder ninguna tregua al enemigo. Aquí residen las razones revolucionarias por las que todo el aparato tecnológico debe ser destruido, independientemente del uso que muchos pretendan hacer de él en el futuro. Todo ello para evitar que la lucha social revolucionaria caiga en la trampa tendida por los reformistas radicales que hicieron de la destrucción parcial de las estructuras de dominación el punto de partida de la reestructuración.
Por lo tanto, estamos en contra de quienes defienden la crítica política, incluso en el ámbito de la ciencia, ya que esta crítica siempre pretende reducir las razones de la oposición radical a una mera cuestión de detalle relativa a determinadas decisiones operativas. Con ello, los defensores de la crítica política buscan un acuerdo y una conciliación con el enemigo de clase, que se muestra inteligentemente dispuesto a modificar algo su posición formalmente, con el objetivo de reconstruir un acuerdo nuevo y más racional en torno a las instituciones amenazadas.
No hay que permitir que ningún fetiche eche raíces en nuestras mentes. Si tuvimos la fuerza para construirnos mil cadenas, también podemos tenerla para romperlas. Depende de nosotros, y de la convicción que tengamos de superar sistemáticamente las barreras de los prejuicios y los tabúes establecidos a todos los niveles.
El movimiento proletario de autoemancipación se encuentra en el inicio de esta fascinante búsqueda de la libertad total, y los anarquistas revolucionarios están llamados a hacer su contribución cualitativa a esta búsqueda.
La auto-liberación social de todos y todas no se improvisa. Es el fruto espinoso de miles de esfuerzos y errores cometidos en esta dirección.
Los verdaderos ecologistas son los destructores de la tecnología, porque plantean dudas más allá de las convenciones sociales aceptadas por todos, atentando contra la comodidad y la tranquilidad de los resignados, creando nuevas preguntas en lugar de contentarse con aceptar soluciones y apuntando a nuevos horizontes de libertad real, en lugar de dejarse llevar por el infierno de la supervivencia que atenaza a todos.
El presente trabajo pretende ser una modesta contribución en esta dirección, convencido de que la revolución social, la anarquía, no son sueños tan lejanos, sino que pueden realizarse aquí, en el presente. Sin embargo, debemos tener la fuerza de poner en práctica el desorden de nuestros sueños, mientras miramos lo que ocurre en la realidad con ojos diferentes a los habituales, siempre dispuestos a luchar y nunca dejando que nos arrastre pasivamente la resignación.
El fanatismo de estar siempre dispuesto a volver a empezar radica en las razones de quien nunca ha dejado de hacerlo, ni siquiera en los momentos más oscuros, consciente de que sin sueños que realizar ni aventuras existenciales que recorrer, ya sea solo o junto a otros, no se puede vivir sino vegetar.
Las personas mediocres nunca tienen nada que preguntarse, como tampoco tienen nada que decirse, aparte de lo que son las banalidades de una vida pasada en el supermercado de la miseria, anclada en la supervivencia. Su tranquila vida al calor de las cuatro paredes de su casa es básicamente la más pausada y segura de todas las prisiones.
Último capítulo de “Viaje al ojo del ciclón”, Pierleone Porcu.
Publicado en marzo de 1987, reeditado en 2013.
Fuente (italiano): Viaggio nell occhio del ciclone. Edizioni Anarchismo